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Científicos en el área de Ciencias de la Salud

Silvia Blair

Publicado, 01-11-2004

El propósito de formar profesionales de la salud honestos con el conocimiento y comprometidos con una problemática social ha marcado la trayectoria pedagógica de Silvia Blair, docente de la Universidad de Antioquia. Su grupo de investigación en malaria genera alternativas naturales de tratamiento para esta patología.

Silvia Blair
Perfil elaborado en noviembre de 2004

Nunca dudó de que su verdadera vocación fuera la Medicina, incluso en el año rural, durante el cual entendió que muchas veces los pacientes se curaban más con el cariño de los doctores que con los medicamentos, a los que no podían acceder por sus escasos recursos.

Cuando fue consciente de que la mayoría de las patologías tenían un trasfondo social, emocional, económico y cultural, que se sumaba al biológico, decidió comprometerse con un problema de alto impacto en el país para devolverle a la comunidad el conocimiento adquirido en la universidad. De allí que eligiera la malaria como objeto de estudio.

Durante más de dos décadas la doctora Silvia Blair, docente de la Universidad de Antioquia, ha abordado la enfermedad desde una perspectiva integral. Primero fue la influencia de la precariedad de la vivienda en el desarrollo de la malaria (proyecto adelantado con el especialista en salud pública Saúl Franco). Luego, la relación íntima que existe entre humanos, parásitos y vectores; posteriormente, las consecuencias de la mala nutrición en el desarrollo de la dolencia, y más recientemente el potencial curativo de las plantas usadas por los lugareños de las zonas donde la patología está presente.

Contra la corriente, si es el caso, esta científica logró ubicar al Grupo de Malaria de la Universidad de Antioquia —fundado por ella en 1990— entre los más avanzados del país en este tema. El colectivo dio forma a un exigente programa de maestría en microbiología y parasitología, ya tiene moléculas aisladas de plantas con significativa actividad antimalárica, y fue el primero en informar sobre casos de Plasmodium ovale y de babesiosis humana en Colombia, una variante poco común del parásito que produce la malaria y una extraña patología que afecta los glóbulos rojos y es transmitida por garrapatas.

Detrás de los logros investigativos de esta galena paisa se encuentra un decidido compromiso con su región y con el país. Este la llevó a salir del laboratorio para hacer parte de la solución de problemáticas sociales como la violencia urbana que azotó a la capital de Antioquia en la década del 90 y la falta de recursos y oportunidades en las Comunas de Medellín, que son los barrios más pobres de la ciudad.

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Malaria integral

Silvia Blair y su equipo obtienen en medio de la espesa selva del Urabá antioqueño, del Bajo Cauca o de la Costa Pacífica —en Turbo, El Bagre y Tumaco— la información que les sirve de insumo para aumentar el conocimiento de la malaria en el país. Un médico y una bacterióloga, luego de viajar en avioneta, balsa o a pie para llegar a los municipios, realizan los diagnósticos y toman las muestras de sangre que son analizadas posteriormente en Medellín por biólogos, químicos, epidemiólogos y microbiólogos. Sólo en el último año realizaron 7.490 diagnósticos y efectuaron seguimiento clínico, parasitológico y molecular a 634 pacientes.

Aunque el conflicto armado ha hecho mella en la labor del grupo, pues los enfrentamientos entre guerrillas, paramilitares y el Ejército dificultan el acceso a las zonas de estudio y ponen en peligro la vida de los investigadores, éstos lograron insertarse en las comunidades para determinar las percepciones que los curanderos indígenas y negros tenían de la malaria, cuál creían que era su causa, cómo la prevenían y cuál era el tratamiento que le daban. Esas preguntas fueron el centro de un encuentro regional de curanderos realizado por los científicos de la Universidad de Antioquia en 1989.

Una investigación etnomédica de este tipo era urgente si se tiene en cuenta que, según la profesora Blair, la enfermedad ha aumentado en un 1.080% en los últimos años y ninguno de los conocimientos aportados por los investigadores ha logrado siquiera disminuirla en el país. Luego de 14 años de trabajo en esta línea, los científicos siguen buscando respuestas y han logrado detectar algunas plantas como la Solanum nudum (solanácea) y la Eupatorium inulaefolium (asterácea) que son efectivas contra la patología. "Las estudiamos hasta encontrar las moléculas que nos interesaban y ahora estamos tratando de comprender su mecanismo de acción".

Dicho trabajo es acompañado por la evaluación de la respuesta terapéutica de los pacientes ante medicamentos alopáticos como la cloroquina y la amodiaquina, así como del comportamiento del Plasmodium falciparum (uno de los dos parásitos causantes de la malaria) in vitro, o del Plasmodium vivax en  las células hepáticas (hepatocitos) y de modelos animales como los ratones frente a los mismos compuestos.

"Lo que estamos haciendo es juntar estas dos líneas para que aquellos parásitos que resulten resistentes a las drogas convencionales puedan ser probados con las moléculas que hemos obtenido de las plantas y mirar si, ante la falla de los medicamentos, la SolanumEupatorium tienen o no actividad".

El rompecabezas se completa con un perfil del hombre malárico, que los investigadores han establecido luego de la evaluación in situ del estado nutricional de los pacientes, de su nivel de parasitosis, de vitaminas, y el tipo de inmunidad y de anticuerpos que tienen. "Con esto pretendemos saber quién se enferma de malaria, quién no, y por qué una gente se complica y otra no".

{* title=Altruismo científico}
Altruismo científico
El Grupo de Malaria fue catalogado por la Universidad de Antioquia como un colectivo consolidado de investigación en 1997, Colciencias —ente encargado de la ciencia en el país— lo clasificó en la categoría B en 1998 y dos años más tarde en la A, el más alto galardón para los equipos de investigación en Colombia. Actualmente goza del título de grupo reconocido y sus estudios han sido premiados por instituciones como Afidro, la Academia Nacional de Medicina (en dos ocasiones), la Gobernación de Antioquia y el Alma máter.

Su fundadora, entre tanto, es asesora en malaria del Ministerio de Salud, miembro activo de la Red Iberoamericana de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (Cyted), de la Subred Colombiana de Productos Naturales de Uso Medicinal y del Comité Nacional de la Red de Farmacovigilancia de Malaria en Colombia. Sin embargo no se trata de un personaje reconocido exclusivamente en el ámbito médico, pues también hizo aportes a las negociaciones de paz entre las pandillas de las Comunas de Medellín en la década del 90.

Una investigación del historiador y periodista Mario Arango Jaramillo señalaba en 1998 que el deterioro social de Medellín y la crisis de eficiencia de la Policía habían permitido el afianzamiento de bandas armadas de delincuentes comunes que establecieron el imperio del terror en la ciudad. Grupos como "Los Magníficos", "Los Nachos" o "Los Priscos", habían emprendido una lucha por aumentar sus zonas de influencia, lo que hizo de la capital de Antioquia uno de los escenarios más violentos del país.

Ante este panorama, la especialista en malaria no perdió de vista algo que siempre h tenido claro en su vida: "nunca me he sentido metida en una torre de marfil, siempre he sido consciente frente a la realidad del país; creo que una de mis funciones sociales es insistir en formar gente que sea honesta con el conocimiento, en lo personal y que busquen comprometerse con una problemática local".

Esa convicción la motivó a apoyar la labor del doctor Juan Guillermo Sepúlveda, entonces asesor de paz y convivencia. "Iba cuatro o cinco veces a la semana a mirar qué se podía hacer en la elaboración y ejecución de proyectos y participaba con la palabra en algunas negociaciones con las bandas".

Seguramente la tranquilidad de su voz, su mirada trasparente y la claridad de su pensamiento fueron definitivas para lograr que muchos de estos jóvenes decidieran dejar las armas y retornaran a una vida que, aunque escasa de posibilidades, fuera más benéfica para ellos y sus familiares.

En su contacto con las comunidades pobres de las zonas maláricas y con las personas menos favorecidas de Medellín, dos cosas la impactaron: la inequidad y la injusticia. De allí que a la experiencia con el proceso de paz y convivencia haya sumado posteriormente el trabajo social en Lovaina, una de las comunas del nororiente de la ciudad etiquetada como de prostitutas y travestis, donde fundó con otros académicos y las señoras del barrio un restaurante comunitario. Al tiempo instituyeron "La hora del cuento", un espacio en el que compartían lecturas con los niños, salían a pasear y visitaban museos para ampliar el mundo de los pequeños y mostrarles otras posibilidades de entretenimiento.

Desde que su grupo de investigación recibió el premio Héctor Abad Gómez en 1992, por parte de la Gobernación de Antioquia, tiene claro que pasará toda su vida haciendo "punticos". "Cada investigación, cada proyecto, cada estudiante que se forma es un punto, iguales a los que se ven cuando se daña la televisión. Es muy difícil configurar imágenes y cosas que trasciendan".

Pese a que su modestia y silencioso trabajo le impidan reconocerlo, su labor ha dejado una huella visible en la ciencia nacional y entre aquellos seres anónimos cuya vida ha sido salvada por su trabajo médico, entrega y altruismo social.


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