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Científicos colombianos en el área de Ciencias Sociales y Humanas

Claudia Mosquera

Publicado, 14-12-2005

Claudia Mosquera, una trabajadora social afrocolombiana y feminista, lucha desde Bogotá para que los problemas sociales que viven sus compañeros de raza y género sean estudiados por la academia e influyan en las políticas públicas. Por su labor, hoy es reconocida como una de las grandes estudiosas del Caribe colombiano, al que se ha acercado desde temas como el pandillismo, el desplazamiento forzado y las manifestaciones culturales.

Claudia Mosquera
Perfil elaborado en octubre de 2005

En 1988 Claudia Mosquera parecía estar relatando una anécdota propia de Víctor Gaviria, el reconocido director de cine colombiano que ha trabajado durante décadas con las pandillas juveniles y los niños sicarios de Medellín. A los pocos meses de estrenarse cada una de sus producciones, el cineasta recibió la noticia de que sus actores naturales habían sido asesinados o "ajusticiados" por los grupos de limpieza.

Algo similar le sucedió a esta trabajadora social cartagenera, quien durante un año se insertó en las pandillas juveniles de "La Heroica" para entender las dinámicas internas de un fenómeno asociado a la extrema pobreza y a la falta de oportunidades, que en el Caribe tenía como característica la participación mayoritaria de muchachos de origen afrocolombiano. Poco antes de sustentar su tesis de pregrado en la Universidad de Cartagena, Claudia Mosquera se enteró de que los 20 jóvenes con los que había logrado trabar amistad en los barrios Olaya Herrera, la Puntilla y Chapundún, habían perdido la vida a manos de la Policía.

Esa es, en su opinión, una de las experiencias más duras por las que ha tenido que atravesar a lo largo de su carrera, no obstante, le permitió entender que en los estratos bajos de la sociedad cartagenera de entonces, tanto como en la de ahora, la pertenencia étnico-racial es un expulsor hacia la calle, que envuelve a los afrocaribeños en ciertos tipos de delincuencia.

Sólo el tiempo podía curar las heridas, por esa razón decidió tomar distancia de su objeto de estudio e imbuirse en el Budismo Zen, del que había tenido noticia por los libros que su padre le traía de los viajes al exterior. Recién graduada viajó a Francia para conocer de cerca la congregación del maestro Taisen Deshimaru y poco después regresó a sus preocupaciones intelectuales para hacer una maestría en Sociología en la Universidad de París III, becada por el Ministerio de Educación francés.

En la ciudad luz profundizó en los estudios sobre violencia urbana, que había iniciado en Cartagena años atrás con las pandillas juveniles, y se dio a la tarea de plantear un estudio comparativo de ese tipo de manifestaciones entre Medellín, Cali y Cartagena, donde dicho fenómeno social tomaba cada día más fuerza.

Con esa investigación descubrió la manera como los jóvenes de sectores populares estaban siendo enrolados en dinámicas ligadas a la presencia de las guerrillas urbanas en sus barrios, pero al mismo tiempo también en redes mafiosas sofisticadas. "Este trabajo puso en evidencia la necesidad de una legislación que protegiera a los jóvenes delincuentes ante el sistema penal, pues en ocasiones su ingreso a las cárceles de adultos se convertía en un espiral sin retorno hacia la criminalidad organizada".  

{* title=Familias caribeñas}
Familias caribeñas

Los  jóvenes pandilleros le habían dejado ver a Claudia Mosquera que las redes familiares eran una clave para entender a los sectores populares del país, entonces comenzó a perfilarse por esa línea de estudio. En 1992, en uno de sus viajes académicos a Bogotá tuvo la oportunidad de conocer a Lucero Zamudio, quién era la máxima investigadora de familia en Colombia, después de Virginia Gutiérrez de Pineda. A través de ella fue nombrada consultora de la Presidencia de la República para el Caribe en dicho tema.

Durante seis meses viajó por las principales ciudades del Caribe continental para determinar las tipologías familiares, las dinámicas de cambio en las relaciones de género, los conflictos intergeneracionales y el impacto del discurso de los derechos del niño en los hogares costeños. Su desempeño con esa investigación fue tan exitoso, que Lucero Zamudio y Norma Rubiano la llamaron para que se vinculara con ellas al Centro de Investigaciones sobre Dinámica Social (CIDS) de la Universidad Externado de Colombia.



De ese periodo académico derivaron estudios como El aborto inducido en Colombia: características demográficas y socioculturales; Estimación de tendencias en la infracción y contravención en menores y ponderación de la calidad de la respuesta institucional en Colombia; y Plan de acción nacional en favor de la niñez explotada sexualmente y contra la explotación sexual infantil, todos desarrollados entre 1994 y 1997.

Para entonces, el Grupo Mujer y Sociedad de la Universidad Nacional de Colombia ya comenzaba a marcar la pauta en los estudios de género y en la intervención social desde el feminismo en el país. A Claudia Mosquera le llamaban la atención los planteamientos de las académicas de ese colectivo y vio la oportunidad de acercarse a ellas a través de una convocatoria docente del Departamento de Trabajo Social, donde había nacido el grupo.

En 1997 se vinculó como profesora de la Universidad Nacional y pocos meses después ya estaba enrolada con una investigación de largo aliento encabezada por Yolanda Puyana, Blanca Jiménez, María Cristina Maldonado y Doris Lamus. Se trataba de establecer los cambios que habían tenido las maternidades y las paternidades en cinco ciudades colombianas al finalizar el siglo XX.

En Bogotá, por ejemplo, se concluyó que quienes más se beneficiaron de los cambios fueron los hijos e hijas; las relaciones de género en las parejas muy poco. "Ahora los padres están en casa mucho más tiempo que antes, pero dedicados a las actividades que más causan gratificación con la prole: juegos, viendo televisión, muñequeándolos", y valoran mucho mostrarse en el espacio público como padres presentes". No obstante, lo que menos cambió fue la percepción frente a temas como el trabajo doméstico no remunerado, "pues las mujeres siguen concentrando las labores de la casa, pese a que los padres insisten en que ‘colaboran'".

En el Grupo Mujer y Sociedad, Claudia Mosquera se acercó a las teorías más discutidas sobre el feminismo en el mundo y comenzó a cuestionarse sobre lo que significaba ser una mujer académica. "Ese era un interrogante obligado, pues la Universidad es un medio dominado por hombres y donde se reproducen las desigualdades de género. Allí no se tienen en cuenta la maternidad y las dobles o triples jornadas que las mujeres académicas deben asumir, y todo esto tiene un costo alto en la vida familiar o de pareja". Para ella, adoptar una postura feminista le permitió "no enredarse" y construir una práctica académica distinta a la de los hombres.

"Pero como investigadora, a lo largo de su carrera una no se hace una única pregunta", afirma Mosquera, de allí que alternara sus estudios sobre género con un regreso a lo étnico-racial negro.

{* title=Diversión criolla}
Diversión criolla

En el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional, la trabajadora social se había acercado a los avances investigativos de Jaime Arocha, reconocido especialista en temas afro. Al darse cuenta de que compartían ciertos intereses, unió fuerzas con él para crear el Grupo de Estudios Afrocolombianos, reconocido por Colciencias desde el  año 2000. El colectivo se presentó oficialmente ante la comunidad académica en el 2002 con el evento Pasado, presente y futuro de los afrodesciendientes. 150 años de la abolición de la esclavitud en Colombia. De allí salió el libro Afrodescendientes en las Américas: trayectorias sociales e identitarias, "el cual ha recibido todo tipo de reconocimientos y elogios por parte de la comunidad científica latinoamericana, caribeña y estadounidense". 

Su pregunta investigativa ya no era por la criminalidad o por las relaciones familiares. Ahora le inquietaba la música popular como vehículo de construcción de identidades regionales y manifestación de reivindicaciones sociales. Ello la devolvía nuevamente a los jóvenes del Olaya Herrera, la Puntilla y Chapundún, en Cartagena, con quienes había logrado acercarse a la champeta.

Esa expresión musical ha sido utilizada, resignificada y renovada por los sectores populares afrocaribeños de Cartagena desde hace más de 30 años, sin embargo, hasta ese momento no había sido objeto de una investigación profunda desde las Ciencias Sociales. Darle visibilidad en la academia fue precisamente el mayor mérito del estudio realizado por Claudia Mosquera y la antropóloga francesa Marion Provansal en el año 2000. Su trabajo permitió que la champeta fuera reconocida por los cartageneros, al punto de ser incluida por la administración de la ciudad dentro de sus políticas culturales.

{* title=La última diáspora}
La última diáspora

Luego del paso por la champeta, sus investigaciones se dirigieron a los nativos del Pacífico, pues tanto los que viven en el Chocó, como los que se encuentran en otros departamentos, constituyen el otro gran porcentaje de afrodescendientes del país.

Desde 1998 la docente había sido nombrada coordinadora del Programa de Iniciativas para la Paz y la Convivencia de la Universidad Nacional, Piupc, creado con la finalidad de pensar el conflicto armado colombiano y brindar soluciones académicas a través de los programas de extensión universitaria. El tema que consternaba por entonces al país era el desplazamiento forzado de campesinos, indígenas y afrocolombianos del Pacífico. Por esa razón la trabajadora social, con su par Martha Nubia Bello, se internó en Altos de Cazucá, un barrio al sur de Bogotá, y en Soacha, municipio aledaño a la capital, para investigar el peso de las diferencias regionales y culturales en los procesos de convivencia barrial entre los desplazados.

Luego de itinerar entre etnia, familia, género, cultura y desplazados, en el 2002 Claudia Mosquera obtuvo, entre 500 candidatos latinos, una beca del Consejo de Estudios Canadienses para realizar su doctorado en trabajo social en la Universidad Laval de Canadá. El enfoque de su tesis de grado sería la estructuración de prácticas de intervención intercultural en Colombia, "que pretendía mostrar la manera como los y las intervinientes sociales construyen saberes interculturales en su interacción constante con los desplazados afrocolombianos que llegan hasta las grandes ciudades colombianas".

A la beca del Consejo de Estudios Canadienses, se sumó en el 2004 una subvención para la cooperación de investigaciones entre América Latina y las Antillas, del Centro de Estudios para el Desarrollo Internacional (CDRI). Esas son dos distinciones que la llenan de orgullo, pero no más que el hecho de tener un asiento especial en las  redes de investigación sobre temas afro en el país. La más importante de ellas es el Observatorio del Caribe Colombiano, al cual ha llegado en calidad de articulista, conferencista, miembro, y gracias a su trabajo constante con pares nacionales e internacionales en cerca de 40 eventos entre 1996 y el 2005.

Claudia Mosquera, a sus escasos 40 años, ya cuenta con una notable producción bibliográfica, ha explorado casi cuantos temas ha querido y considera que ha cumplido sus objetivos docentes al desarrollar en sus estudiantes un sentido científico, ético y político que los lleve a entender las implicaciones de la intervención social en las comunidades o en los grupos subordinados.

No obstante, cree que todavía tiene una deuda con los afrodescendientes, "pues se requiere la creación de un gran Instituto de Estudios Afrocolombianos con proyección latinoamericana y caribeña". En ello trabaja actualmente y encaminará todas sus energías en los años por venir. El reto inmediato es que los académicos dejen de insistir en las diversidades dentro de lo afro, para encontrar aquello que conecta a la población negra del país. En sus palabras eso sería "exclusión, pobreza y marginalidad", y así lo demuestran sus investigaciones.


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