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Científicos en el área de Ingeniería, Arquitectura, Urbanismo y afines

Alberto Ospina Taborda

Publicado, 12-10-2007

Alberto Ospina Taborda, el capi Ospina, ha sido pieza clave y fundamental en el trazo de la política científica y tecnológica del país. Primer director de Colciencias, inspirador de muchas iniciativas y pionero también en la divulgación de la ciencia a través de periódicos y revistas.

Alberto Ospina Taborda
Perfil elaborado en octubre de 2007

Algo tiene el Capitán Alberto Ospina Taborda que lo convirtió en referente obligado de consulta desde que dejó su región cafetera y empezó a hacer su carrera en Bogotá. Sin proponérselo, pues llegó a la capital de 17 años sin siquiera haber terminado el bachillerato, llegó a ser fundador y primer director de Colciencias, promotor y presidente de la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia, divulgador de la ciencia en El Tiempo y en la Revista Semana de Alberto Lleras, asesor de varios ministerios, por mencionar sólo algunas de las decenas de actividades y responsabilidades que ha asumido en su vida. Desde mediados del siglo XX y aún hoy, es como si todos los caminos de la política científica y tecnológica condujeran a él.

Tiene 82 años muy bien llevados. De niño acompañaba a sus padres a recolectar café. Quizá el mismo también lo hizo, pero mientras lo hacía, muy seguramente su mente estaba en otra dimensión, soñando con otro futuro. No sabía muy bien cual, lo que sí sabía era que allí donde estaba, no era su lugar. Y resolvió partir para la capital, donde la única oportunidad que se le presentó fue ingresar a la Escuela de Motorización del Ejército, donde comenzó su carrera militar, y logró terminar el bachillerato. Luego ingresó a la Escuela Naval de Cadetes, en Cartagena, conoció el mar por primera vez e inició su formación profesional en ingeniería naval, de telecomunicaciones y electrónica.

Navegó muchas veces, conoció muchos puertos, hasta se atrevió a salir en La Atrevida, un motovelero a punto de agonizar que le causó tremendo susto cuando un fuerte viento no dejó maniobrar las velas y el motor sacó la mano. Pero sobrevivió, y aquí está para contar cómo llegó a promover la consolidación de la comunidad científica colombiana.

{* title=Carrera de ascenso}
Carrera en ascenso
En 1951 Ospina ganó un concurso que abrió la Marina de Estados Unidos para realizar un curso superior de mantenimiento de equipos electrónicos de comunicaciones y navegación en la Electronics Maintanance School de Great Lakes, Illinois. Así que con su esposa Lola Bozzi, con la que acababa de contraer matrimonio y quien había sido su madrina de graduación, parte para Estados Unidos.

Había aprendido inglés en unos cursos que tomó en Bogotá y algo practicaba de vez en cuando en sus viajes por alta mar. En Illinois continuó su aprendizaje profesional, y más tarde cuando fue admitido en el Massachussets Institute of Technology, MIT, para realizar estudios de postgrado en ingeniería eléctrica, el reto fue mayor. Regresó al país en 1958 como director de comunicaciones navales de la Armada.

Para entonces ya se había abierto campo en los medios de comunicación. En la edición dominical de El Tiempo escribía de vez en cuando, y en la revista Semana de entonces tenía una columna, Ciencia y Técnica. Sabía de su capacidad de explicar los temas científicos y tecnológicos con un lenguaje sencillo, pues los lectores entendían y opinaban sobre sus artículos. Cuando le publicaron por primera vez, el hecho se convirtió en acontecimiento pues le anunciaron que le pagarían. Tal fue su sorpresa que enmarcó el cheque. Luego resolvió hacerlo efectivo, pero antes le sacó una fotocopia para que quedara la constancia. “Guardo el recuerdo”, dice.

No sabe muy bien si fue por sus escritos o por su labor en la Armada que lo empezaron a requerir las altas autoridades de entonces. Fue a parar a México formando parte de una misión del Ministerio de Comunicaciones, donde dictó una conferencia sobre la comunicación troposférica, que había sido el tema de su tesis en MIT.

A su regreso ocupó el cargo de director general del Ministerio de Comunicaciones, y luego pasó al de Hacienda donde fue llamado para organizar e instalar el primer computador, destinado a la administración de impuestos. Llegó allí también en comisión de la Marina, siempre con su uniforme. “Yo no era que supiera de eso mucho”, recuerda. “Únicamente era ingeniero, había pasado por el Ministerio de comunicaciones y por el MIT, y así se lo dije al ministro”. Así que se fue para Estados Unidos a visitar otros centros de cómputo, se familiarizó con la tecnología y obtuvo la asesoría de una misión del Internal Revenue Service, IRS, encargado de manejar el tema de impuestos en EEUU. “Esa misión consistía en un técnico en impuestos y un técnico en procesamiento electrónico de datos. Así formamos un comité de trabajo para dar los primeros pasos del montaje de nuestro computador, pero la pregunta era ¿y bueno cómo vamos a identificar a la gente?”.

El Capi recuerda esos años y le da risa, porque ni todos los colombianos ni las empresas y entidades tenían una forma común de identificación. “Entonces se inventó el NIT, un Número de Identificación Tributaria, el cual para las personas naturales fue la misma cédula de ciudadanía, y a quienes no tuvieran cédula se les asignó un NIT especial. Empezó a funcionar, el computador dio muy buen resultado en esos primeros años, y se doblaron los ingresos de la nación”.

{* title=La intensa dédaca del sesenta}
La intensa década del sesenta
Uno podría decir que el paso del Capitán Ospina por el MIT fue clave en su vida profesional. Estando allí, se interesó en las actividades de un grupo de estudio o Comité de las ciencias físicas cuyos integrantes habían llegado a la conclusión de que la enseñanza de la física y de las matemáticas en los Estados Unidos debía tener algún problema, pues la Unión Soviética estaba tomándoles la delantera en tecnologías de la física aplicada y la astronáutica, y prueba de ello había sido el lanzamiento del Sputnik el 4 de octubre de 1957.

Así las cosas, una vez ese Comité escribió el nuevo texto de física, el capitán solicitó permiso para traerlo a Colombia, traducirlo, adaptarlo e implementarlo, solicitud que fue aceptada. Ese puede ser el inicio de las primeras discusiones sobre la necesidad de promover la ciencia y la tecnología en el país, y como todos los inicios, hay un primer momento que lo único que se encuentra son las puertas cerradas. Pero hubo algunas a medio abrir. Con unos pocos pesos lograron hacer la edición del libro y preparar unos mil profesores en los nuevos métodos de enseñanza de la física. Para ello fue necesario crear el Instituto de Ciencias, que luego absorbió el Ministerio de Educación.

Esa experiencia hizo pensar en la necesidad de contar con una institución pública que apoyara el avance de la ciencia y la investigación científica en el país. Entre sus promotores estuvieron personalidades de la talla de Virgilio Barco Vargas, Germán Botero de Los Ríos, Gerardo Eusse Hoyos y Hernán Echavarría Olózaga, entre otros.

La Unesco había declarado la década del sesenta como la década del desarrollo científico y tecnológico, y desde la conferencia de Ginebra en 1961, en la cual participó activamente, pues fue además nombrado relator, llegó al país con la idea de subirse en el tren de la ciencia y la tecnología, a donde se estaba subiendo el mundo.

Coincidencialmente, cuando fueron a proponer la idea al entonces ministro de educación Gabriel Betancourt Mejía, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y la Agencia Internacional para el Desarrollo, AID, ofrecían apoyo financiero y conceptual para temas de educación, ciencia y tecnología. Era 1968 y el capitan fue contratado como asesor de ciencia y tecnología del ministerio.

La idea de crear un instituto para el desarrollo de la ciencia y la tecnología fue madurando hasta que el presidente de la republica de entonces, Carlos Lleras Restrepo, aprobó la redacción de los decretos correspondientes, pero sólo se concretó con el sucesor de Betancourt Mejía, Octavio Arizmendi Posada, quien asumió como ministro.

Todo el impulso que el capitan le dio a este proyecto hizo que lo nombraran primer director de Colciencias, cargo que no pudo asumir inmediatamente a causa de un infarto que lo aquejó en 1968.

“Cuando fui nombrado en Colciencias, la misma UNESCO me mandó una invitación para que visitara los organismos de ciencia y tecnología de cuatro países europeos, los que yo escogiera. Escogí un país grande en ciencia y tecnología, Francia, un país mediano, Bélgica, un país de habla hispana, España y un país comunista, Checoslovaquia”.

Una de las conclusiones de su gira por estos países fue la necesidad de organizar la comunidad científica. “Y como no la había, era necesario formarla”, dice. Así que recorrió las universidades donde debían estar los semilleros de los investigadores, y les llevó dos mensajes: uno, era importante que empezaran a crear sus centros de investigación, para lo cual les ofreció un apoyo de 50 mil pesos mensuales; y dos, era clave que se empezaran a organizar como gremio, para lo cual les propuso armar una asociación al estilo de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Así que también ayudó a la formación de lo que hoy son las vicerrectoras de investigación de las universidades y la que hoy es la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia, A.C.A.C., de la cual también fue su Presidente.

“Colciencias fue considerado por algunos organismos internacionales, entre ellos la OEA, como un modelo, pues en poco tiempo tuvo éxito, y fama de ser una organización seria y con algún prestigio. Cuando yo me salí de Colciencias, los de la OEA me ofrecieron visitar algunos países latinoamericanos para contar mi experiencia y asesorar el montaje de organismos de ciencia y tecnología. Me hicieron un contrato de asesoría y efectivamente viajé a Argentina, Uruguay, Chile, Ecuador y Perú. Yo no puedo decir que influí mucho, pero algo ayudé en ese entonces por cuenta de la OEA”, dice.

{* title=El capi no para}
El capi no para
El capi Ospina tiene un sinnúmero de tesoros en su casa. El documento que escribió en un par de páginas para convencer sobre la importancia de crear un instituto de ciencia; el texto de enseñanza de la física que tradujo; los escritos en la revista Semana, algunos de los cuales tienen una nota de su puño y letra que dice ‘Pagado’; algún ejemplar de La Corredera, la revista de los cadetes navales, donde ocupó el cargo de jefe de Redacción. Todo un archivo histórico del recorrido de la ciencia y la tecnología en el país.

Y sigue activo. Impulsa actualmente la iniciativa de modernizar y transformar la enseñanza técnica y tecnológica en el país, idea surgida a raíz de la propuesta de crear un Instituto de Orientación Vocacional y Preparación Práctica, de don Hernán Echavarría desde la década del sesenta, para que los jóvenes en edad universitaria que no puedan asistir a la universidad, tengan la posibilidad de capacitarse en algún oficio. “Eso es otra revolución bien grande que solamente va a cosechar frutos en unos cuantos años”, dice orgulloso, pues es una iniciativa que surgió desde hace más de cuarenta años, pero a la cual sólo le ha dedicado esfuerzos en los últimos cuatro. “Ahora estoy muy satisfecho de ver que la educación técnica y tecnológica está tomando el auge que se necesita; la idea es impulsar una revolución en esa enseñanza porque hasta el momento no se ha logrado generar el entusiasmo suficiente para hacer una transformación sustancial, aunque si para hacer un progreso”.

El capi ha pasado además del telégrafo y la clave Morse a la Internet, el IPOD y ya casi al IPhone. Nada lo asusta. “Realmente ha sido un privilegio vivir estos años que me ha tocado vivir, pues en mi pueblo lo único que había era un radio, que ponían en la plaza y todos nos hacíamos alrededor para oírlo. Me tocó además ver nacer el avión de reacción a chorro, el nacimiento del transistor, a comienzos de los 50 y si, me ha tocado adaptarme y he podido hacerlo”.

Algo debe tener el capi Ospina. Además de lo aquí descrito, -que conste que se quedaron muchas realizaciones, anécdotas e historias alegres y tristes por fuera-, el capi tiene una inmensa paciencia, una ecuanimidad sin límites y una grande, pero humilde satisfacción por todo lo logrado en sus más de 80 años de vida. Su mirada abrasadora y su sonrisa amable dan cuenta del gran hombre que llegó de Titiribí y que a punta de pequeños logros puede darse el lujo de estar en la galería de quienes han hecho historia en el país.


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