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Científicos colombianos en el área de Matemáticas y Ciencias Naturales

Cristián Samper

Publicado, 11-02-2010

Cristián Samper  se define como biólogo de bosques andinos, interesado en plantas y semillas, pero sobre todo en la interacción entre las diferentes especies. La ecología, la conservación y la política científica son los ejes de la vida profesional de Cristián Samper, un bogotano analítico, sencillo, contundente en sus apreciaciones.

Cristián Samper

Perfil elaborado en enero de 2010

La vida profesional de Cristián Samper se explica en una sola frase que él mismo pronunció: “Me encanta hacer ciencia, pero una de las cosas que aprendí hace mucho tiempo es que me encanta hacer que la ciencia ocurra.” Esto se ha convertido en los últimos años en la razón de ser de su vida y en la profunda huella que está dejando en la ciencia mundial. No en vano es hoy en día el director del Museo Nacional de Historia Natural del Instituto Smithsonian, con sede en Washington.

El camino recorrido le ha enseñado que hay que aprovechar todos los momentos, las circunstancias, los encuentros que la vida le pone a uno en frente. Hay que arriesgarse y estar pendiente de todo lo que sucede alrededor, porque en un pequeño detalle se puede encontrar el futuro. Y no hay que buscarlo… sólo es necesario estar alerta.

Samper cuenta algunos de los sucesos que antecedieron a su cargo actual como si fuera el guión de una buena película: todo va hilando y fluyendo, pero siempre habrá espacio para la improvisación. Lo único que no puede faltar es tener clara la meta. “Yo creo que si uno se dedica y se compromete, hace las cosas y muestra resultados, se le abren puertas”. Lo importante es saber caminar.

De aprendiz de veterinario a biólogo

Desde que estaba en el colegio tenía claro que le gustaba la naturaleza. Su padre Armando Samper, quien fuera ministro de Agricultura, lo animó a que empezara a ejercer como tal y le abrió la primera puerta en el consultorio del veterinario de los perros de la casa. Un poco decepcionado, resolvió que vacunar, cortar uñas y lavar animales domésticos no era precisamente lo que quería.

Por esos días el biólogo colombiano Jorge Enrique Orejuela trabajaba en un proyecto financiado por la World Wildlife Fund (WWF) para identificar zonas prioritarias para conservación en el Chocó biogeográfico y aceptó llevar durante las vacaciones de Cristián, -que tenía 15 años-, a sus expediciones en sitios como Gorgona, el río Azul y La Planada, en el Pacífico colombiano. “Fue una oportunidad que a un muchacho que crece en Bogotá nunca se le ofrece y al internarse un mes a la selva del Chocó con los mosquitos, uno lo ama o lo odia. Afortunadamente yo lo amé”, dice explicando además que este viaje lo marcó; de hecho se convirtió en su “anclaje emocional e intelectual”, pues continuó regresando a La Planada siendo ya estudiante universitario, y luego hizo allí su tesis de doctorado, sobre la ecología y dinámica de los bosques andinos.

“Viví dos años metido allá, tiempo completo, en la mitad del bosque andino de Nariño… fue una experiencia maravillosa”, recuerda. “Es una de esas etapas en la vida que no tienes distracciones, no tienes preocupaciones y te puedes dedicar a exclusivamente a generar preguntas y buscar respuestas”.

{* title=Harvard}

Biólogo de la Universidad de Los Andes, por los pasillos de la universidad se le abrió una nueva puerta sin estarla buscando. Era 1985 y cursaba su segundo año de carrera. “Un día pasaba frente a la oficina de relaciones internacionales y vi en la cartelera un anuncio que decía que había un convenio de intercambio entre los Andes y la Universidad de Harvard para un estudiante que viniera y otro que fuera. Era la primera vez que se ofrecía. Me detuve, averigüé y pensé ‘no pierdo nada’. Me presenté y salí elegido. Si yo no hubiera caminado por ahí o si lo hubiera dudado, no habría salido y eso me abrió las puertas y unos espacios muy interesantes”.

La beca era financiada por Mauricio Obregón, quien era entonces miembro del Board of Overseers de la Universidad de Harvard. Hoy en día es el propio Samper quien forma parte de esa Junta.

Harvard también fue un periodo clave en su vida. Allí adelantó luego la maestría y el doctorado en biología como alumno de personajes como Ernst Mayr, Edward O. Wilson y Richard Evans Shultes, profesores que eran grandes figuras en el campo y que Samper sólo conocía a través de las lecturas en la biblioteca de las montañas bogotanas.

En esta época se dedicó a la investigación científica y trabajó principalmente con una de las especies que más le apasionan: las clusias. Las describe como “plantas, de hojas grandes, con hermosos frutos y semillas diseminadas por las aves, que por lo general nacen como epifitas pero después se vuelven hemiepífitas, trepadoras, algunas de ellas han desarrollado estrategias de ser estranguladoras, otras son árboles enteros”. Esta especie tiene su centro de diversidad en el Chocó biogeográfico, se encuentra desde el nivel del mar hasta los límites con los páramos. “Hay una cantidad de adaptaciones, de estilos de vida. Me interesa mucho ver la interacción entre plantas y animales”.

Fue entonces cuando se metió de lleno en el bosque de niebla buscando esas plantas que atraen a los pájaros, para entender cómo se daba la polinización. Con sus instrumentos de trabajo medía el azúcar, se trepaba hasta encontrar la flor más bella y más atractiva, y se acomodaba para ver los distintos tipos de colibríes y los distintos tipos de flores y cómo eran sus interacciones.” La clusia tiene un fruto que se abre como una estrella; a mi me pareció espectacular y me pregunté ‘¿esto quién se lo come?’ y comienza uno a ver todas las variaciones; es un tema que da para hacer muchas preguntas”.

Al terminar su doctorado tuvo que decidir entre quedarse en Estados Unidos en una posición académica o regresar a su país. Decidió aceptar el trabajo en la Fundación para la Educación y el Desarrollo, FES, para tener la oportunidad de continuar vinculado a La Planada.

{* title=De la biología a la política}

De la biología a la política científica

Regresó a Colombia en 1992, año de la Cumbre de la Tierra, organizada por las Naciones Unidas en Brasil. “Era un momento histórico en que la sociedad reconocía la importancia del tema ambiental y debatía la mejor manera de fortalecerlo”, recuerda.

Su paso por la FES, como director de la División de Medio Ambiente lo introdujo en el campo de la administración de la ciencia. Allí tenía aún un pié en la investigación y daba su primer paso con el otro en la administración. En alianza con la Fundación Carvajal de Cali impulsó un programa de educación ambiental (La Caja Ecológica) que llegó a diez mil colegios en todo el país.

También desde allí, principios de la década de los noventa, participó en los debates previos a la Ley 99 de 1993 que creó el Ministerio de Medio Ambiente y los institutos de investigación, y lo sedujo la política científica. Desde entonces no la ha dejado. Junto con Jorge ‘el mono’ Hernández Camacho logró convencer al país de la importancia de fortalecer la ciencia como fundamento para la política ambiental. “Yo creo que en el papel, la política ambiental colombiana es probablemente una de las más avanzadas a nivel mundial. Conceptualmente la Ley 99 es de las mejores. Personalmente considero que la reforma de combinarlo con vivienda y desarrollo territorial es un retroceso, con la cual el tema ambiental ha pasado a un segundo plano”, dice.

En 1995 asume el cargo de director del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, con el gran reto de estructurarlo y ponerlo en funcionamiento, pues solo existía en el texto de la Ley y un decreto reglamentario. “Fue arrancar de una idea en un pedazo de papel, hasta llegar a un instituto de investigación con 150 personas, que alcanzó a ser reconocido como uno de los institutos importantes a nivel mundial. Yo tuve todos los cargos del Humboldt, fui director, conductor, el señor de los tintos, contador e investigador; yo fui el primer y único empleado en su momento”.

Bueno, pues esta experiencia es la que hoy en día Samper considera como su mayor reto y lo que más lo enorgullece. “Yo creo que el proceso de ayudar a formular la ley, de montar el instituto desde cero, de lograr promover la cooperación de muchas instituciones y establecerlo, fue algo importante”.

Otro de los consejos interesantes de su padre Armando “es que uno siempre tiene que saber muy bien cuándo soltar los proyectos, y el mejor momento para dejarlos es cuando todo va muy bien, aunque sea el momento más difícil para hacerlo”. Así, deja en 2001 la dirección de un Instituto ya consolidado, con científicos haciendo investigación en biodiversidad, activos en la ampliación de los inventarios de las diferentes especies, y promoviendo estudios para su conservación y uso sostenible.

En los años del cambio de siglo es llamado a liderar procesos de política científica: fue jefe de la delegación de Colombia en la Convención sobre Diversidad Biológica de la Organización de Naciones Unidas, ONU, y presidente del Consejo Asesor Científico del Centro de Monitoreo Mundial de la Conservación del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, PNUMA, sólo por mencionar dos responsabilidades intelectuales y directivas. Hoy en día tiene asiento en importantes consejos de política científica, siendo el más reciente su nombramiento como miembro del Consejo Asesor de Ciencia, Tecnología e Innovación, órgano creado por la Ley 1286 de 2009 para asesorar a COLCIENCIAS en el diseño de la política pública relativa a ciencia, tecnología e innovación.

“He tenido la gran fortuna en mi carrera de vivir los temas a muchas escalas. Desde la realidad muy inmediata, cotidiana, local de un bosque en la Planada, Nariño, en el municipio de Ricaurte, en la vereda Chucunes, pasé a un esquema más regional cuando estuve en la FES en Cali, mirando el Valle del Cauca, el suroccidente colombiano, luego al Humboldt para ver un tema más nacional, y ahora estoy viendo un tema global”.

Lo hace desde Washington, como director del Museo de Historia Natural del Smithsonian, una experiencia completamente diferente a la del Humboldt, ya que pasó de montar un instituto desde cero, a dirigir otro con 164 años de historia, a donde llegó hace siete años. Tiene un estilo muy original para hacerlo. “Yo administro el museo caminando”, explica, porque suele pasar mucho tiempo caminando por los corredores y salas del edificio, habla con los visitantes, o entra en los laboratorios donde están los científicos. En un solo día puede ver un nuevo meteorito encontrado en la Antártida, una nueva especie de pulpo colectando en la profundidad del océano, una herramienta usada por un ancestro del Homo sapiens hace más de un millón de años, o escuchar la grabación de un idioma que está desapareciendo en Papua Guinea. “Lo que he aprendido es que es necesario tener una visión muy clara, comunicarla, contratar muy buena gente y apoyarlos para que hagan muy buena investigación. Yo siento que todavía estoy en la universidad aprendiendo todos los días y eso es un gran privilegio”.

Desde que asumió este cargo, Samper ha trabajado con dedicación y pasión, como le enseñaron sus padres, en tres grandes proyectos: Los océanos, la evolución del ser humano y la enciclopedia de la vida.

Este último será clave en el 2010, año que internacionalmente se ha proclamado como el de la biodiversidad, y tiene como insumo la documentación de buena parte de la diversidad del planeta durante los últimos 200 años. “Tenemos millones de especimenes, hemos publicado muchos artículos, falta mucho por hacer, pero conocemos mucho”, dice. Pero además, este conocimiento se une a los beneficios de las tecnologías de la información, que permiten intercambiar esa información ágil y velozmente. La meta es “poner todo el conocimiento sobre toda la vida en la tierra al alcance de todo el mundo y de manera gratuita”.

Ya están en línea más de 180 mil páginas de especies y han digitalizado más de 26 millones de páginas de la literatura (Ver: https://www.eol.org). “Si yo cuando era estudiante o estaba en La Planada hubiera podido tener al alcance de mis manos, en el computador, todas las colecciones y la biblioteca del Smithsonian, hubiera podido hacer preguntas muy distintas”. Se trata además de un proyecto en diferentes idiomas, en chino, árabe y español, por lo pronto, que no se limitará a la traducción, sino que cada idioma, a través de una entidad coordinadora en cada región, montará su enciclopedia de la vida.

{* title= El matrimonio}

El tema ambiental también lo llevó al matrimonio

Samper está casado con Adriana Casas, con quien tiene dos hijos, Carolina y Martín. Conoció a su esposa cuando era abogada del Ministerio del Medio Ambiente y a él lo nombraron director del Humboldt. “El tema ambiental nos unió profesional e intelectualmente. Compartimos una visión de mundo y un orgullo de país muy especial”, dice.

Su matrimonio fue el inicio no solamente de una vida familiar armoniosa, sino que convirtieron esa decisión en un proyecto de formación de investigadores en Colombia: montaron un Fondo, al que denominaron Colombia Biodiversa, con el objetivo de contribuir al conocimiento y la conservación de la biodiversidad colombiana. Era una manera además de responder a las oportunidades que les había dado la vida. Así que no recibieron regalos de matrimonio, sino aportes para el Fondo que, aunados a dineros aportados por donantes internacionales, lograron iniciar un patrimonio para apoyar tesis de investigación en cualquier disciplina que contribuya al conocimiento de la biodiversidad nacional. La Fundación Alejandro Ángel Escobar administra el Fondo exitosamente, pues de apoyar una beca anual, ya están ofreciendo diez.

La Cátedra Colombia Biodiversa también forma parte del Fondo. “Nuestro compromiso es traer a Colombia a reconocidos pensadores y figuras en estos temas porque uno de los grandes privilegios que yo he tenido en la vida es conocerlos y hacerme amigo de ellos y yo quiero que los estudiantes colombianos tengan la oportunidad de conocer a la gente que está escribiendo esos libros, porque yo creo que eso nos abre la mente y los horizontes”. Fue gracias a este Fondo que vino a Colombia Edward Wilson, el biólogo que más sabe de hormigas.

“Son maneras de ir construyendo y apoyando. Porque al fin y al cabo yo si creo que tener gente bien formada es uno de los recursos más importantes de Colombia, porque son ellos, con su formación científica, quienes ayudarán a entender este país, la riqueza que tenemos y las posibles soluciones a nuestros problemas”.

Samper, tiene muchos proyectos para su vida profesional, pero también tiene dos sueños desde su vida personal. Con relación al primer sueño, “la vida me ha enseñado que mientras más tiempo pasa uno fuera de Colombia, más colombiano se vuelve. Queremos volver a Colombia más adelante, porque crecimos acá, porque es nuestro país, porque creo que hay muchas oportunidades y porque queremos que nuestros hijos crezcan en Colombia”.

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