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Científicos colombianos en el área de Matemáticas y Ciencias Naturales

Científico colombiano - Édgar Páez Mozo

Publicado, 04-03-2008

En las entrañas de Ocaña, en Norte de Santander, nació Édgar Páez Mozo, un químico entusiasta que encontró en los rincones de la ciencia su espacio de realización. Su experiencia nacional e internacional le ha permitido liderar los procesos de creación y consolidación del Programa, la Maestría y el Doctorado de Química de la Universidad Industrial de Santander, UIS.

Científico colombiano - Édgar Páez Mozo
Perfil elaborado en febrero de 2008

Con el tono sereno y pausado que dan los años y la experiencia Édgar Páez Mozo explica las razones del porque la ciencia, y en especial la química, se convirtió en su más intensa pasión. Todo se remonta a comienzos de los años cincuenta, donde en su natal Ocaña, y gracias al motivador impulso de un profesor de química llamado Alberto Amaya, comenzó a preguntarse cosas que no podía responder de manera tan sencilla.

“El profesor Alberto fue en realidad un gran motivador, nos enseñó a pensar en los desafíos. Por ello fundamos con otros compañeros la Sociedad Científica Secreta Albert Einstein, donde nos reuníamos cada domingo a hablar de temas relacionados especialmente con el universo, justamente cuando los cohetes y los satélites, aún no se habían visto”, explica el profesor que sigue vinculado a la Universidad Industrial de Santander (UIS).

Las cosas en una población como Ocaña eran un poco diferentes y por esa razón decidieron crear esta sociedad que tenía como una de sus máximas que nadie se enterara de lo que hacían o de lo que hablaban en cada reunión. “La razón principal para que fuera secreta era para que no nos ‘mamaran gallo’. Ocaña era una población con adultos y ancianos muy tradicionales y devotos y con jóvenes parranderos, entonces como no clasificábamos en ninguno de los grupos decidimos que sería hasta místico y emocionante reunirnos en estas condiciones”.

Y así cada domingo se encontraban en su casa para hablar, pensar y plantear las preguntas que más adelante tendrían a bien seguir formulando en su vida científica. Édgar recuerda que su afición a la química fue instantánea, fue como amor a primera vista, tanto que decidió comprar con la plata de varios una especie de laboratorio con lo que se conseguía en la Ocaña de 1954 y esto le dio su primera gran lección en el mundo de la ciencia.

“Mi casa era muy grande, como en la mayoría de los pueblos, por lo tanto cogimos un cuarto de chécheres y allí montamos el laboratorio. Un día cuando habíamos salido explotó todo lo que teníamos, llegamos y mi mamá con los ojos desorbitados me prohibió seguir con los experimentos y todo quedó vuelto nada. Allí saqué mi primera conclusión científica importante: nunca, pero nunca en la vida, volvería a tener un laboratorio en mi casa”.

1955 fue un año especial, ese año Édgar se graduaba y además murió su ídolo inspirador: Albert Einstein. El colegio Caro de Ocaña tuvo cambios y sus profesores más importantes se fueron debido a que no compartían los nuevos manejos administrativos, entre esos no tener más clases de Física y Química. “Yo quería entrar a la universidad pero me sentía mal preparado, especialmente porque los mejores profesores se habían ido. Entonces nos quejamos y nos sacaron, por eso terminé en Chiquinquirá, de donde era mi padre, haciendo mi último año de bachiller y con la firme intención de llegar a la Universidad Nacional a estudiar Química y así fue”.

{* title=La hora de la verdad}
La hora de la verdad
En la Universidad Nacional ya era hora de demostrar porqué la química lo apasionaba sin tener las suficientes bases para enfrentarse al complejo mundo académico. Para Édgar, el comienzo fue duro y sus temores de la falta de preparación se volvieron realidades.

“Afortunadamente pasé sin problemas pero a la hora de las clases llegaron los retos. Una vez un profesor dejó unos ejercicios y no me salían de ninguna manera, entonces un compañero los resolvió muy rápido y le pregunté cómo, él me explicó que era fácil, solo había que tener en cuenta el número de protones y electrones y casi me voy al suelo. Nunca había escuchado hablar de eso… ahí entendí que debía esforzarme más si quería salir adelante”.

Y ese esfuerzo se notó con honores a lo largo de los cinco años de pregrado, su desempeño fue destacado al punto de ser nombrado profesor al momento de recibir su grado en 1962. Simultáneamente, comenzó a trabajar en el Instituto de Asuntos Nucleares. Para esos días publicó su primer artículo publicado, aparecido en la revista The Physical Reviews de la American Physical Society, que fue uno de los primeros trabajos de autores colombianos publicados en una revista indexada de alto prestigio internacional.

“Es una pena que una institución como esa haya desaparecido. En muchas ocasiones no valoramos todo lo que podemos hacer en estos campos y allí se formaron muchos científicos. Es necesario conquistar nuevas fuentes de energía o seguir envenenado el planeta y esos centros de investigación son fundamentales. Nosotros los colombianos hacemos algunas cosas al revés”, afirma el profesor que para esa época dirigió algunos trabajos de grado en Química y Agronomía sobre la aplicación de propiedades nucleares en química y en suelos.



De allí siguió su periplo académico en la Universidad de Puerto Rico (en el Centro Nuclear de Puerto Rico) gracias a una beca otorgada por Agencia Internacional de Energía Atómica con la que hizo su Maestría laureada con la tesis llamada ‘Determinación del rango en tungsteno del Ba 140 como producto de fisión’.

Justo después de su regreso a Colombia siguió en la Nacional y en el Instituto desarrollando su perfecta combinación profesional: ciencia y docencia, hecho que continúo incentivando su motivación e interés que lo condujo a obtener una nueva beca para su doctorado. En esta oportunidad la Carnegie-Mellon University de Pittsburg, Estados Unidos, confió en sus talentos.

“El inglés no era mi fuerte por esos años pero poco a poco lo logramos. Me hice amigo de un químico hindú absolutamente opuesto en el aspecto cultural a mí pero muy brillante. Así seguimos adelante y formamos un grupo académico en el que aprendí mucho más para poder continuar con buenos resultados el doctorado”, comenta quien fuese distinguido en 1992 como Químico Distinguido por la Asociación Química Colombiana.

Durante los meses finales de los cinco años que duró su pasantía en Norteamérica, el rector de la UIS fue a Pittsburg a mostrar los planes académicos que tenía la institución, hecho que dejó interesado a Édgar y a otros colegas colombianos que cumplían con su formación.

“Esos años fueron muy especiales, yo ya me había casado con Nijole Gabriunas y mis dos hijos estaban pequeñitos. Siempre estuvimos juntos. Las universidades me daban una especie de subsidio de manutención y así vivíamos los cuatro. Mi esposa también realizó estudios por lo tanto valió la pena el sacrificio”.

{* title=El reto de la UIS}
El reto de la UIS
Con el título de doctor, Édgar Páez regresó a Colombia en 1971. La propuesta que había oído sobre la UIS le atrajo y sin pensarlo mucho decidió llegar a la capital santandereana. Le gustaron los caminos planeados por la institución y tenía todo el entusiasmo para llegar a construir un proyecto académico que sigue dando resultados.

“Tuvimos que iniciar un proyecto de cero, no existía el programa de Química y por lo tanto fue un trabajo bonito. Planteamos un currículo orientado a la investigación como inicialmente lo creó la Universidad Nacional y pasamos una propuesta a largo plazo. Plantamos las bases para el desarrollo de ciencias como la Química y la Física y poco a poco fueron llegando los equipos para los laboratorios… es una tarea que aún continúa”.

Y es que la ciencia y la educación en Colombia han vivido permanentes contrastes. Unas veces hay impulsos para ir subiendo escalones y otras ocasiones parece que retrocediera, pero la perseverancia de los profesores de la UIS y el mismo entusiasmo de los estudiantes permiten tener la suficiente constancia y fortaleza para seguir insistiendo en la empresa de hacer ciencia como ocurre en cualquier laboratorio internacional.

 “Esto es de permanentes subidas y bajadas y eso ocasiona problema serios, sobre todo cuando tenemos en nuestras manos la educación de los futuros doctores del país. Desafortunadamente no existe en el país una política de investigación durable y permanente en las que se mantengan y crezcan los recursos. Hay muy buenas iniciativas, pero muchas de ellas no sobreviven al paso del tiempo. Lo que nos motiva a seguir adelante es la propia mística y el amor que hay alrededor de esta pasión”, comenta Édgar, que recibió el Premio a la obra integral de un científico, otorgado por Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 2007.

Esa pasión ha sido reconocida en el ámbito nacional e internacional. En 1991 obtuvo otra beca en Bélgica en el laboratorio de Catálisis de la Universidad Católica de Lovaina donde realizó un trabajo destacado, que fue exaltado por el director del laboratorio profesor Bernard Delmon, sobre el encapsulamiento de una Ftalocianina en una zeolita Y, que sirvió de base para diseñar sistemas biomiméticos, que simulan las enzimas en reacciones de transferencia de oxígeno.

{* title=Un poco más de ciencia}
Un poco más de ciencia
Pero Édgar trata de explicar la complejidad de sus investigaciones con un ejemplo más claro para todos. Dice que si para un músico la guitarra es su instrumento, para él lo es el estudio de la química, especialmente la química de coordinación, que básicamente estudia los procesos de oxidación y cómo este proceso otorga soluciones.

Como miembro del Centro de Investigaciones en Catálisis (CICAT) de la UIS, del cual fue su gestor y promotor, ha venido enfocando su investigación en el tema de los sistemas biomiméticos. Su grupo ha logrado la obtención de un sistema capaz de depositar un átomo de oxígeno en una molécula orgánica, fotoactivando el oxígeno molecular, reacción que puede iniciarse y pararse a voluntad, como una enzima artificial y esto puede resolver muchos problemas y enfermedades propias de estas tierras.

Esto tiene aplicación en enfermedades de la piel como la Leishmaniasis, que es una enfermedad en la que un insecto pone sus huevos dejando una infección dolorosa para los pacientes. Junto al Centro de Investigaciones en Enfermedades Tropicales de la UIS han oxidado dichos átomos con ayuda de la luz generando en la Leishmania su propia oxidación y, por lo tanto, su erradicación. Aunque por ahora es una investigación en fase experimental Édgar confía que el proceso va por el camino que quiere… como casi toda su vida.

Bajo este estudio de los procesos de oxidación, utilizando la luz, se han logrado sistemas capaces de activar el oxígeno molecular, reactivo altamente deseado tanto en la ciencia como en la industria, ofreciendo soluciones en los procesos de cualquier tipo.

La otra vida
Su familia está integrada por su esposa, la lituana Nijole Gabriunas, quien llegó a Colombia junto a su familia luego de la Segunda Guerra Mundial y a quien conoció en sus días de estudiante de la Universidad Nacional. Sus hijos son Andrés, un reconocido músico ganador del Mono Núñez, e Iliana, administradora e investigadora de la Universidad Externado de Colombia, quienes de pequeños siguieron a sus papás por donde tuvieron retos académicos.

Édgar Páez no puede abstraer el estudio de su vida cotidiana, pero aplicado, claro está, a otras disciplinas. Gracias a su herencia ocañera y a esa afición parrandera de su gente, se dedicó a la guitarra y el canto, junto a sus hermanos siempre tuvo un trío de música colombiana y es una de las cosas que más disfruta.

“Hace algunos años me dio por realizar el árbol genealógico de mi familia. Una vez fui con un primo al cementerio de Ocaña y llegamos a la tumba de mi bisabuelo, de ahí en adelante comencé a recopilar información y he podido reconstruir casi todo hasta 1652, cuando llegó a Colombia el italiano Giacomo Morinelli quien es prácticamente como el papá de todos. La idea es seguir buscando otros documentos”.

Pero sin duda el área que siempre reconforta a Édgar es la docencia. “Es muy emocionante que los estudiantes lo recuerden a uno con cariño, su éxito es mi triunfo y eso me reconforta, porque así me doy cuenta que estoy alcanzando mi sueño, aunque todavía a mis 70 años me siento con la fuerza para seguir haciendo lo que me gusta… ser científico”.

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