Publicado, 01-12-2005
La pasión por descubrir qué hay detrás de las tormentas y de las grandes descargas eléctricas llevó al ingeniero y físico Francisco Román Campos, de la Universidad Nacional de Colombia, a desarrollar un innovador método para utilizar la energía de las nubes de tormenta y patentar un medidor y un generador únicos en el mundo en su especialidad. Los resultados de su trabajo le hicieron merecedor de uno de los premios de la Fundación Alejandro Ángel Escobar en 2005.
Perfil elaborado en octubre de 2005
Su
discurso no fue un compendio de palabras impronunciables, ni una
exposición confusa de conceptos científicos. Con más tono de poeta que
de ingeniero, Francisco Román habló de nubes y tormentas, efluvios y
relámpagos, con lo que sacudió con descargas de emotividad al público
presente en la ceremonia de entrega de los premios de la Fundación
Alejandro Ángel Escobar del año 2005. Sus palabras dejaron ver la
esencia simple y humana del conocimiento y el compromiso que su trabajo
de investigación tiene con el país y que le merecieron el galardón en
la categoría Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
El
profesor Román desarrolló un método que aprovecha las fuerzas que
existen entre las cargas negativas presentes en las nubes y
las positivas que están en la tierra. Con su grupo de investigación de
la Universidad Nacional de Colombia, encontró un mecanismo que consiste
en producir unas descargas eléctricas muy pequeñas, conocidas como las
descargas "Corona". Gracias a este mecanismo es posible extraer energía
del campo eléctrico de las nubes. "Nosotros colocamos una especie de
enchufe en ese campo invisible entre la nube y la tierra y sacamos
energía para utilizarla", explica.
Este método fue
desarrollado después de casi una vida de concentración y trabajo. En el
colegio, le atraía la medicina, la física, la química y la biología.
Pero fue gracias a un experimento que hizo su profesor de física,
Augusto Rodríguez, con un par de imanes, una rueda y un bombillo de una
linterna, que Francisco descubrió su camino en la física. "Cuando
empezaron a girar los imanes, se prendió el bombillo y algo en mí
también se encendió".
La ciencia le abrió sus puertas y
le enseñó caminos de rigurosidad, disciplina y entrega. Recuerda con
mucho agrado un día en que, mientras desarrollaba su tesis de
doctorado, tenía la cabeza perturbada por no saber cómo resolver un par
de problemas científicos. Para descansar, salió a dar un paseo por el
campus y se detuvo a ver unos jardineros que recogían las hojas secas
del césped. Ante la imagen comprendió la sencillez y belleza que
implican las tareas cotidianas del hombre y supo que su vocación
científica también implicaba una actividad que debería dar frutos para
el bienestar de los demás.
{* title=Nuevos conocimientos}
Nuevos conocimientos
Cuando
el profesor Román se iba a graduar como ingeniero electrónico, ya tenía
claro que su pasión era el alto voltaje y las descargas eléctricas.
Después de viajar a Suecia becado por la Empresa de Teléfonos de
Bogotá, se vinculó a la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá,
donde empezó a aplicar y enseñar sus conocimientos. Sin embargo, y como
él mismo lo asegura, "tenía un dolorcito adentro" que lo hacía sentir
insatisfecho.
En el país nórdico había acumulado mucho
conocimiento, pero sentía que no había llegado a lo esencial: a la
producción. ¿De dónde salían los aparatos de medición que utilizaban?
¿Quiénes los construían? Francisco José creía que era necesario
experimentar, atreverse a producir nuevos aparatos, o por lo menos
entender los que ya existían. Nuevamente recibió una beca, esta vez por
parte de la Agencia Alemana de Intercambio Académico, con la cual
empezó a comprobar que era posible construir cosas con base en el saber.
"Yo
creí que los alemanes eran ricos y todo lo compraban, pero en realidad
cualquier cosa que necesitan, la hacen por sus propios medios", asegura
el profesor Román. Esto le cambió por completo el concepto de cómo
debía ser la investigación. El mito de que aprender era acumular
conocimiento se iba al suelo para ser reemplazado por la idea de
aprender es experimentar y crear.
Regresó a la
Universidad Nacional después de 2 años y medio y ahí impuso una nueva
línea de trabajo en la que, junto con los alumnos, empezó a construir
resistencias, condensadores, generadores y aparatos de medida. Pero
tiempo después, una nueva inquietud se asomó en su cabeza siempre
inquieta. El problema ya no era cómo construir conocimiento, sino para
qué hacerlo.
Después de realizar estudios minuciosos y
revisar estadísticas, se dio cuenta de que en ciertas zonas del
territorio colombiano, como La Palma, Cundinamarca, los rayos quemaban
con frecuencia los transformadores de energía, razón por la cual los
pueblos aledaños quedaban sumidos en la oscuridad constantemente y más
de 2 millones de dólares anuales tenían que ser invertidos en
reparaciones.
A partir de evidencias como esta, Francisco
José viajó a la Universidad de Munich en Alemania para realizar una
pasantía específicamente sobre el comportamiento de los rayos. Cuando
empezó a analizar las instalaciones de los transformadores
colombianos, encontró que había un error garrafal: las protecciones
estaban muy lejos y eso producía un fenómeno que llamó "lazos
inductivos". Al rastrear de dónde venía este modelo de transformador se
dio cuenta de que era tecnología aportada por el Ministerio de
Agricultura de los Estados Unidos, una tecnología apropiada para una
zona en donde casi no había rayos. En Colombia, en cambio, estos
transformadores debían soportar dos intensos periodos de tormentas cada
año.
Así refirió este episodio el profesor Román en el
discurso de su premiación: "La historia escrita en miles de
transformadores destrozados por los rayos nos mostró el grave error de
copiar tecnologías, de adoptar métodos adecuados para otras condiciones
y aún más, la de ofrecer nuestra tierra para que otros resuelvan su
ignorancia".
Mientras recolectaba
información en La Palma, tuvo varias experiencias que le dieron luces
para buscar la solución al problema. Entre ellas, recuerda que un día
de tormenta, un rayo había atravesado el techo de zinc de una humilde
casa de madera y había matado a una pequeña y en otra zona un militar
que patrullaba con su fusil había sido alcanzado por un rayo.
En
otra ocasión, mientras observaba el exterior de un transformador
quemado encontró que un rayo había generado una descarga sobre una lata
metálica que estaba aislada. "Encontré que se ejercía una descarga
sobre una tapa que estaba aislada con un empaque de caucho, era un
elemento metálico flotante —eléctricamente flotante quiere decir no
conectado directamente— al igual que estaba el techo de la casa, y el
fusil del soldado", explica el profesor Román quién con estas tres
evidencias daba forma a su teoría de cómo los electrodos flotantes en
materiales de alta conducción (como el zinc, el fusil y una parte de
los transformadores), aislados por otros de menor conducción (la
madera, el cuerpo del soldado), contribuían a la formación de descargas
eléctricas.
Pero otras experiencias, tal vez no lo
hicieron mejor científico, pero sí mejor hombre, tanto que cuando las
cuenta los ojos se le avivan y humedecen de emoción. "Yo estaba con mi
hijo haciendo la medición de unos rayos y de repente una nube negra y
estruendosa venía hacia nosotros, uno de los empleados que estaba
subido en un poste nos alcanzó a gritar: vienen las abejas africanas,
yo lo único que alcancé fue abrazar a mi hijo y ponerlo debajo de mi
camiseta".
Después de dejar Colombia y viajar nuevamente
a Berlín, trabajó por 3 años para darle forma y sustento científico a
la teoría de los electrodos flotantes y las descargas Corona que había
descubierto a raíz de las observaciones en La Palma y que ahora
proponía como tesis doctoral. La innovación de su estudio fue encontrar
que sobre un objeto metálico sumergido en un campo eléctrico se produce
una división de cargas eléctricas: las positivas se van hacia arriba,
las negativas hacia abajo, pero la carga total en el cuerpo es cero. El
profesor Román encontró un mecanismo para que ese objeto se cargara
eléctricamente, y pudiera almacenar energía utilizando las descargas
Corona.
Con su descubrimiento no sólo logró cerrar la
herida económica abierta por los rayos en muchas partes del país, si no
que logró innovar y descubrir nuevos dispositivos. Francisco Román ha
desarrollado y patentado un generador de corriente, que se utiliza para
probar las protecciones contra los rayos, para estudiar envejecimiento
de material y para simular interferencias que se producen en las
industrias sobre ciertos equipos.
También creó una
pequeña alarma que anuncia cuándo va a caer un rayo. En realidad esto
se utiliza desde hace muchos siglos, desde Franklin en 1752, lo
novedoso es que además del medidor, esa alarma temprana del campo
eléctrico suma otras condiciones ambientales: temperatura, presión,
humedad, velocidad del viento.
{* title=Un premio merecido}
Un premio merecido
Después
de algunos minutos de lectura, Francisco Román ha llevado al público
asistente a la premiación de la Fundación Alejandro Ángel Escobar, a un
recorrido delicioso y emotivo por su vida de científico. Su discurso
empieza a agotarse, aunque es evidente que su inspiración y su gusto
por la ciencia han trascendido ese papel.
Agradece a
muchos, menciona a su equipo de trabajo, también a su hija Gabriela y a
Pilar, el amor de su vida y finalmente deja a la comunidad científica
con una frase entrañable: "Esperamos que estos fenómenos que hasta
ahora empezamos a estudiar permitan defender la vida y trabajar por
ella".