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Científicos colombianos en el área de Matemáticas y Ciencias Naturales

Jesús Tadeo Olivero Verbel

Publicado, 04-10-2006

Químico farmacéutico de la Universidad de Cartagena, Jesús Tadeo Olivero Verbel no deja escapar ninguna oportunidad para hacer investigación que genere conocimiento y beneficie a la gente de la costa caribeña colombiana, su región. Ganador de varios premios por sus investigaciones, es además un soñador que ve en la ciencia el futuro del país.

Jesús Tadeo Olivero Verbel
Perfil elaborado en septiembre de 2006

Es una máquina de ideas y es un mundo de sueños. Dice que la ciencia es una herramienta universal, para conocerla, para vivirla y para aplicarla en beneficio de los demás. Pionero en investigaciones sobre contaminación química y biológica en el norte de Colombia, Jesús Tadeo Olivero Verbel, miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales, también le apuesta al diseño de moléculas que puedan ser usadas para enfrentar los grandes retos que en materia de salud pública afronta la humanidad.

Este hombre sucreño es alegre, acelerado, conversador, se hace sentir, goza con todo. Vibra con sus proyectos de investigación a los que dedica casi las 24 horas del día. Siempre le queda tiempo para actualizar su página y blog en la Internet, leer libros sobre diferentes temas, diseñar folletos informativos con información útil para las comunidades, escribir poemas y compartir tiempo con su esposa Isabel, quien es bióloga, y sus dos hijas, María y Catalina.

La sensibilidad de sus padres la lleva en su sangre. Hijo de don Rafael Olivero Martelo, albañil de profesión, y de doña Carmen Verbel Ochoa, ayudante de enfermería, nació en Sampués, Sucre, y vivió su infancia en la sabana sucreña. Con su padre y su hermano Rafael Enrique, solía salir de pesca o a recolectar frutas en la cuenca del arrollo Canoa, en Sampués. En la tierra de su abuela y de su madre, Colosó, en pleno corazón de los Montes de María, con sus primos recorría todos los alrededores, atendía al canto de las aves, seguía con su mirada los saltos de los micos, colectaba rocas y disfrutaba del correr del arroyo. Con el tiempo observaba los cambios que había sufrido el paisaje y analizaba las consecuencias que traía consigo la falta de conservación y el aprovechamiento inadecuado de los recursos naturales.

Estudió química porque desde que hacía primaria en el Liceo San Agatón de Sampués, solía realizar experimentos motivado por sus profesores, y ya en quinto de bachillerato, la química le parecía simple lógica. Comprendía muy rápidamente las explicaciones del profesor, y más bien buscaba libros avanzados que le enseñaran más allá del programa del colegio.

Desde el primer semestre en la Universidad de Cartagena supo que la investigación era su norte y asumió tareas que lo prepararon solidamente para ello. “Las vacaciones no son para perderlas, sino para aprovecharlas”, fue su lema y junto a su colega Boris Johnson salían al Parque Tayrona o a la Sierra Nevada de Santa Marta a recolectar plantas, que clasificaban y llevaban al Jardín Botánico. “Recuerdo que la primera conferencia la dimos como en tercer semestre, sobre la ‘Exploración etnobotánica del Croton malambo’”.

Al llegar a sexto semestre fue nombrado monitor de botánica, lo que le daba la posibilidad de entrar a los laboratorios y usar los equipos, así como de asistir a cursos y conferencias reservados para los profesores. De esta forma, logró una invitación para hacer una pasantía de dos meses en la Facultad de Ciencias de la Universidad del Valle.

Hizo su maestría en la Universidad Industrial de Santander, bajo la tutela de la química Elena Staschenko, al tiempo que trabajaba en el Inderena, realizando modelos matemáticos de los ríos de Santander para establecer lo que estaba sucediendo con ellos. “Mi tesis fue sui géneris porque como había hecho modelos de predicción del comportamiento de ríos en el Inderena, decidí hacer algo similar con moléculas y me propuse desarrollar un software para obtener propiedades de las mismas, total que fueron cerca de once mil líneas. Predije el comportamiento de anfetaminas en cromatografía de gases. Fui el primero en trabajar en química computacional en la UIS”.

Volvió a la Universidad de Cartagena a encargarse de la especialización en química analítica y en esas andaba cuando se le presentó la oportunidad de viajar a Boston a perfeccionar su inglés, gracias a una beca del Icetex. Fue allí donde se le abrió el mundo de las universidades, de las bibliotecas, del acceso a la información, de la globalización en el campo científico. “No conozco otra ciudad como Boston para académicos, es la mejor ciudad del mundo”, dice con su recio tono costeño.

La trayectoria de Olivero demuestra que consigue lo que se propone a punta de esfuerzo. Sus metas cada vez son más altas, porque va subiendo peldaños a gran velocidad, a pesar de los obstáculos. Así que se impuso estudiar en los Estados Unidos y recién ingresaba a la Universidad de Cartagena como docente, aplicó a una beca que le fue negada. Su sueño frustado duró poco, pues al año siguiente, con más publicaciones y resultados, se ganó una beca de Colciencias-Fulbright-Laspau para hacer su doctorado en Farmacología y Toxicología en la Universidad del Estado de Michigan, el cual, como muy pocos colombianos con postgrados en ciencias, culminó en tres años.

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Soñando con moléculas
Su énfasis estaba cada vez más en la química ambiental. “Cuando apliqué a Michigan State, me imaginaba en un barco en el lago de Michigan tomando muestras de fitoplancton, zooplancton, estudiando tóxicos en las cadenas tróficas”, dice este investigador que no deja de lado su romanticismo. En cambio, se dedicó a averiguar cuáles son los mecanismos por los cuales los contaminantes organoclorados como el DDT, el lindano o los PCBs, activan una enzima crucial en inflamación, la fosfolipasa A2, lo que se constituyó en su tesis doctoral.

“Una madrugada, estando en el segundo año de mi doctorado, me desperté con una idea en la cabeza. Me senté, encendí la lámpara y mentalmente empecé a superponer las moléculas con las que estaba trabajando y me di cuenta que las activas tenían algo en común, aunque eran moléculas completamente diferentes, y las que no eran activas, no casaban. Ese fue el descubrimiento de la motif phen, una subestructura en las moléculas que hacen que cualquier compuesto organoclorado que las tenga sea capaz de activar la fosfolipasa A2”, explica.

Como cualquier científico de película salió corriendo para el laboratorio. No importaba la hora, eran las 4 de la mañana, él tenía las llaves y podía entrar cuando quisiera. Se sentó frente a su computadora y empezó a traer las moléculas a la pantalla “tutututut, y efectivamente mi hipótesis era correcta”. Él mismo se sorprendió y pensó: “Éste es un descubrimiento importante”. Con ese trabajo se ganó el primer puesto en la sección de Toxicología de Alimentos del Congreso de la Sociedad de Toxicología de Estados Unidos al año siguiente.

Desde entonces, continua su relato, “cualquier molécula que sea sintetizada en la actualidad y que presente el motif phen en su estructura, significa que va a tener una acción sobre el sistema inmune”.

{* title=Necesitamos científicos integrales}
Necesitamos científicos integrales
Una de las metas de Olivero Verbel, desde el punto de vista de la generación del conocimiento, es publicar en revistas como Nature o Science. Más allá de eso, su idea es que Colombia forme científicos integrales, “que puedan moverse o permear los diferentes problemas de todo ámbito que tenemos en la actualidad. El científico es una persona que genera conocimiento y lo comparte para crear una sociedad mejor. En Colombia necesitamos muchos científicos, y por ello, llevar la ciencia a los jardines infantiles y las escuelas, y consolidar lo que hacen nuestras universidades, por ejemplo, fortaleciendo los programas de Colciencias, es un paso gigantesco que debemos dar para salir del abismo del subdesarrollo”.

Está satisfecho con los trabajos realizados en Michigan y con aquellos que trabaja actualmente en la Universidad de Cartagena, como por ejemplo el proyecto “mercurio”, el diseño de inhibidores utilizando la química computacional, la búsqueda de aceites esenciales con actividad anticancerígena, la epidemia parasitaria en peces colombianos, o el estudio de los mecanismos por los cuales las dioxinas interactúan con los procesos inflamatorios en las personas, entre otros.



Los resultados de sus trabajos, como en el caso del mercurio, por el cual ganó en el 2003 el premio de la Academia de Ciencias del Tercer Mundo al científico joven, otorgado por la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales, y fue galardonado por la Cámara Junior de Colombia, como uno de los diez Jóvenes Sobresalientes de ese mismo año en Colombia, tienen un impacto directo sobre la región y sobre el país.

“He visitado sitios completamente abandonados por el gobierno, en donde hay gente brillante, con todas las necesidades del mundo, para tomar muestras, hacer investigación y luego vuelvo para presentar y discutir los resultados con ellos. También los publicamos en Internet. He podido quitarle la preocupación a muchas personas que trabajan en las minas, por ejemplo, que presumen estar altamente contaminadas con mercurio porque viven allí, y decirles que sus niveles aún están muy bajos. De igual forma, explicarle a mujeres embarazadas los riesgos que implica el consumir pescado contaminado con mercurio o la exposición a plomo cuando ayudan al marido a fabricar redes de pesca. Eso es muy satisfactorio”, concluye.

A su juicio, la problemática ambiental tiene que ver con todas las personas y desde la primaria es necesario inculcar en los niños el valor de vivir en un ambiente sin contaminación, “el cual es un compromiso directo con su propia vida. El cuidado del ambiente tiene implicaciones muy importantes sobre la calidad de vida de las personas”, dice convencido. En ese aspecto impulsa la producción de folletos para proteger al oso perezoso o a la iguana, para informar sobre la contaminación por plomo, por mercurio, por dioxinas o por ruido. Al mismo tiempo, cuando lo llaman de la gobernación, apoya y coordina las labores necesarias para hacer frente a emergencias ambientales, como cuando hubo un derrame de cianuro en el sur de Bolívar. “Ya existe esa necesidad de consultar a las personas que tienen el conocimiento”.

Y como está convencido de la importancia de divulgar el conocimiento, tiene su página web, www.reactivos.com, “un espacio para aprender y compartir pensamientos y conocimientos”, y ha abierto un blog, www.jesusoliveroverbel.blogspot.com


{* title=Explosión de ideas}
Explosión de ideas
Actualmente lidera el Grupo de Química Ambiental y Computacional de la Universidad de Cartagena, seleccionado con categoría “A” por Colciencias, el cual forma parte del Centro Nacional de Investigaciones para la Agroindustrialización de Especies Vegetales Aromáticas y Medicinales Tropicales, Cenivam, uno de los centros de excelencia del país.

Con recursos nacionales e internacionales, “y con un grupo de colegas y jóvenes investigadores talentosos y consagrados”, trabaja en la toxicidad del mercurio y en la contaminación por plomo, en bioinformática, en parasitología, en virus de la gripe aviar, en SARS, e incluso se ha atrevido a proponer un proyecto para crear lo que él llama un “condón molecular”, que consiste en una molécula que podría ser usada en una crema vaginal para combatir la infección por el virus del Sida. “En cualquier cosa que nos llame la atención, que sea interesante, nos metemos; y si hay que estudiar, estudiamos, si hay que buscar las personas que necesitamos para eso, las buscamos. En el país todo está por hacer, todo está por descubrir”, dice.

En el campo de la parasitología incursiona desde cuando realizaba un estudio de hidrocarburos en la Bahía de Cartagena. “Estábamos buscando unos compuestos cancerígenos llamados hidrocarburos aromáticos polinucleares, y cuando abrimos los pescados nos encontramos con parásitos. Inmediatamente se abrió una línea nueva, y ya tenemos publicaciones en el Journal of Parasitology y en Veterinary Parasitology, que son dos revistas top en parasitología”.

Y mientras su cerebro maquina nuevas ideas, intenta no perderse un capítulo de la serie 24, porque le encanta la rapidez y el ingenio de Jack Bauer para resolver problemas. Cuando puede, disfruta de las películas de acción, pero que no lo pongan a ver aquellas en que le toque pensar el transfondo, el mensaje, o la problemática. “Prefiero las de acción, donde vaya a divertirme, a desconectarme un poco con mi cocacola, mi pop corn y mi sanduche”.

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