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Científicos colombianos en el área de Ciencias Sociales y Humanas

Myriam Jimeno

Publicado, 26-09-2007

La capacidad de analizar la violencia del país desde la familia y de aproximarse a conclusiones que se materialicen en metodologías de abordaje y políticas públicas hacen de Myriam Jimeno una de las científicas sociales colombianas más destacadas del país.

Myriam Jimeno
Parecería increíble, pero a finales de la década del 80 y comienzos del 90, en medio del exterminio de la Unión Patriótica (cinco mil integrantes asesinados), las bombas de Pablo Escobar, los magnicidios de líderes como Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro Leongómez a manos de sicarios, y en un contexto de miedo generalizado, un grupo interdisciplinario de investigadores de la Universidad Nacional de Colombia encontró que para algunas personas de menores recursos de Bogotá y Tolima la violencia más significativa era aquella que habían sufrido en la infancia dentro de sus hogares.

¿Qué llevaba a estos hombres y mujeres a ubicar a las violencias intrafamiliar y de género por encima de la política y la que protagonizaban los carteles del narcotráfico? Esa pregunta, “formulada desde una óptica cultural y no macropolítica”, originó el interés de la reconocida antropóloga Myriam Jimeno por temas sociales conexos como la configuración de las relaciones de poder en la pareja, el maltrato físico del esposo a la esposa y de padres a hijos, y los crímenes pasionales.

Este último objeto de estudio derivó en la mención de honor de la Latin American Studies Association (LASA) dentro del Premio Iberoamericano del Libro (2006), por la publicación Crimen Pasional: contribución a una antropología de las emociones. El galardón se sumó al Premio Alejandro Ángel Escobar a la mejor investigación en ciencias sociales y humanas, que había recibido en 1995 por Las sombras arbitrarias. Violencia y autoridad en Colombia, una de las producciones del grupo de investigación que Jimeno dirige desde 1983 en el Centro de Estudios Sociales (CES) de la Universidad Nacional.

Docente y pupilos exploran la “violencia en la intimidad” y han pasado de la teoría a la acción social al intentar cambiar el imaginario de varones de las localidades más afectadas por el maltrato intrafamiliar en Bogotá, para crear conciencia de que la paz no puede construirse sobre la agresión.

Myriam Jimeno es identificada con facilidad en el ámbito académico, no sólo por una vasta producción intelectual que va de las relaciones interétnicas en la conformación del Estado hasta las estrategias para mejorar la calidad de la investigación en las universidades públicas, sino por una carrera administrativa en ascenso, que la ha llevado a instancias como la dirección del Instituto Colombiano de Antropología (1992), la decanatura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional (1985-1987), la Vicerrectoría General de la misma institución (1988) y, en tres ocasiones seguidas, a la candidatura para la Rectoría.

Su historia universitaria es similar a la de muchos académicos colombianos formados en una época de agitación política e intelectual (años 60 y 70), pero con un ingrediente adicional, haber desempeñado un papel de apoyo para el proceso de conformación del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) y contribuir para que las reivindicaciones del mismo mojaran prensa nacional.

{* title=De cara a los excluidos}
De cara a los excluidos
No tener certeza de qué se quiere estudiar no es un fenómeno exclusivo de las presentes generaciones de bachilleres, pues Myriam Jimeno sufrió la misma angustia en 1966, cuando tuvo que decidirse por una carrera universitaria. Curiosamente dio un salto mayúsculo de la Biología, su interés inicial en las Ciencias Básicas, a la Antropología, disciplina propia de las Ciencias Humanas. Y no se equivocó, pues este programa le ha permitido desarrollar prácticamente todas sus curiosidades intelectuales, al tiempo que ha estimulado su compromiso social y sus convicciones ideológicas.

En 1966, durante un primer semestre de estudios generales en la Universidad de los Andes, Jimeno se encontró con el antropólogo español José de Recasens, que había llegado a Colombia huyendo de la Guerra Civil Española (1936- 1939). Sus clases y las lecciones del maestro Ernesto Guhl, padre de la geografía moderna en Colombia y otro exilado de los conflictos bélicos europeos, le confirmaron que conocer sociedades diferentes a la suya era el camino correcto.

A pesar de que el tema obvio en esa época era el indigenismo, sus recuerdos de infancia en una hacienda panelera del Río Suárez, entre Santander y Boyacá, la inclinaron por el campesinado. Así las cosas, una de sus primeras investigaciones se refirió a los labriegos cultivadores de plátano en Altaquer, suroccidente de Nariño.

“El proyecto surgió de mi directora de tesis Ann Osborn, que quería insertar alumnos en un estudio de las sociedades mestizas con las que se relacionaban los indígenas Awa o Kaiker, como se les llamaba entonces. Mi tesis de pregrado analizó las relaciones de compadrazgo y laborales entre los campesinos y los indígenas que eran sus empleados”. Un acercamiento que constituyó su primera línea de investigación y que tuvo continuidad a su ingreso en el Incora en 1971, donde estudió el poblamiento de nuevos territorios por campesinos. Jimeno abordó el caso del Piedemonte Amazónico, Arauca, Putumayo, Caquetá y Meta (La colonización en Colombia, una evaluación del proceso, 1973).

Al tiempo con las primeras investigaciones formales, la antropóloga incursionó en la Academia a través del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional, dirigido por su maestro de pregrado Ernesto Guhl. En dicha institución participó en la caracterización de la población del Páramo de Sumapaz, realizada por un grupo interdisciplinario de académicos en 1974.

Posteriormente, retornó a lo indígena con la intención de analizar las políticas estatales y conjugar la mirada antropológica con la jurídica. Para ello hizo equipo con el jurista Adolfo Triana, entonces su esposo, y produjo el libro Estado y minorías étnicas en Colombia (1985) y el artículo La cuestión indígena y el Estado, que hizo énfasis en la organización indígena del Cauca y las condiciones sociales en una zona que congrega a la mayor cantidad de aborígenes en el país.

Ahí comenzaría un episodio de su vida cargado de historia, reivindicaciones y activismo: la época de apoyo a la consolidación del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC).

{* title=Yaví, el jaguar salta a escena}
Yaví, el jaguar salta a escena
“El Cauca y la problemática indígena en particular, tenían todo el atractivo no sólo de un estudio antropológico, sino de una causa justa”, recuerda Myriam Jimeno. En 1971, en un contexto en el que los nativos habían sido despojados de sus tierras ancestrales, el CRIC surgió en Toribío con una plataforma que tenía como objetivos recuperar y ampliar el territorio de los resguardos, fortalecer los cabildos, no pagar terraje (por el derecho a tener una parcela en el territorio de un hacendado), dar a conocer las leyes indígenas y exigir su aplicación, defender la historia, lengua y costumbres indígenas y formar profesores nativos para educar a los niños sobre la historia de sus pueblos.

Myriam Jimeno inició su trabajo de campo para cruzar la investigación sobre las políticas estatales con la realidad en terreno justo cuatro años después de haberse conformado el CRIC y, enamorada de la causa indígena, entró y salió del Cauca año tras año. Incluso planea volver a internarse en los resguardos en algunos meses.

A finales de la década del 70 su compromiso llegó a tal punto, que con sociólogos, antropólogos, abogados y artistas conformó un grupo de apoyo, cuya máxima expresión fue el periódico de circulación nacional Yaví (Jaguar), símbolo del poder indígena. El medio circuló durante cinco años de manera regular y contó con la participación de estudiantes de la Universidad Nacional que veían en él una posibilidad de llevar su formación a la práctica.

“Yaví llevó al Cauca a conferencistas nacionales e internacionales y planteó seminarios en Bogotá, para poner en la escena pública la problemática indígena y la lucha de los nativos por la tierra”. Sin embargo, el país atravesaba una polarización política derivada de la fuerza que había tomado la guerrilla y las medidas que el gobierno nacional implementaba para mermarla. “Nuestro pico de acción coincidió con la época en la que el M-19 robó cientos de armas del Ejército en el Cantón Norte, y por la cercanía de algunos de los miembros del CRIC y de Yaví con amigos de militantes de ese grupo guerrillero, varios indígenas y académicos fueron arrestados”.

Aunque esa situación debería haber bajado el impulso del movimiento indígena y del grupo de apoyo, estos tomaron una fuerza inusitada y llegaron a Bogotá “para explicarle al país que el CRIC no era subversivo, ni anticolombiano y que la población debía reconocer la importancia de los indígenas en la configuración de la nacionalidad”. La Semana Indígena de 1980 fue el momento cumbre del movimiento y el inicio de una serie de apariciones públicas que posicionaron al CRIC y durante años lo elevaron a la calidad de protagonista en espacios tan importantes como la Constituyente de 1991.

Sin embargo, el trabajo de Myriam Jimeno no se expresó únicamente en la plaza pública y en los mass media, ella tuvo la oportunidad de teorizar frecuentemente sobre la organización indígena e incluso compartió muy de cerca con varios líderes. Producto de ese encuentro es Juan Gregorio Palechor: historia de mi vida, una de las últimas publicaciones de la académica (2006), en la que relata la historia de un líder yanacona fundamental en el movimiento.

Lo entrevistó en varias ocasiones durante su trabajo de campo en los años 80, con la intención de reconstruir a través de su autobiografía la historia del CRIC, pero su lejanía por diferencias ideológicas en cierto momento y luego por la enfermedad y muerte de Palechor dejó el proyecto truncado, de tal suerte que se convirtió en una valiosa historia de vida que tiene como telón de fondo la lucha indígena.

{* title=Antropología de las emociones}
Antropología de las emociones
“Durante el 2004 Bogotá registró 52.714 casos de violencia intrafamiliar, maltrato infantil y violencia sexual; dos de cada tres correspondían a mujeres. En 2005, en las comisarías de familia se reportaron 55.513 denuncias de violencia intrafamiliar, mostrando un incremento del 35% con respecto al 2003”. Estas cifras, extraídas del libro Manes, mansitos y manazos: una metodología de trabajo sobre violencia intrafamiliar y sexual, elaborado por el grupo de investigación de Jimeno, son apenas una muestra de la realidad que hay detrás de la línea de estudio que la académica ha denominado como “violencia en la intimidad”.

Su acercamiento al tema surgió en el tránsito de la Vicerrectoría General de la Universidad Nacional a la dirección del Instituto Colombiano de Antropología, a finales de los 80. “Los noticieros narraban todas las semanas episodios relacionados con alteraciones del orden público y el narcotráfico intentaba doblegar al Estado por medio de secuestros, asesinatos y atentados”.

Entonces la investigadora, con un grupo interdisciplinario de académicos, decidió preguntarle a una muestra de colombianos de Bogotá y Tolima ¿qué opinaban del momento histórico por el que pasaba el país?, ¿qué definían como violencia? y ¿qué acto violento les parecía más significativo? Para su sorpresa, los ciudadanos entrevistados consideraron como la violencia más importante en Colombia la que se vivía a diario al interior de muchos hogares.

Esa respuesta fue el detonante de un énfasis investigativo que se ha manifestado en publicaciones de su autoría o coautoría con muy buena crítica como Conflicto Social y Violencia. Notas para una discusión (1993), Estudio exploratorio sobre comportamientos asociados a la violencia, y Violencia cotidiana en la sociedad rural. En una mano el pan y en la otra el rejo (1998).

“Creo que se está ganando terreno en preparar a la gente del común sobre la importancia de atacar la violencia intrafamiliar. Cada vez es más expandida la preocupación de la sociedad sobre el tema. Eso es clave, porque en la medida en que se dejen de lado convicciones como que es importante la violencia para educar a los hijos o para controlar a las mujeres, puede existir una paulatina influencia en el comportamiento social y ello se está reflejando incluso en la política pública”.

En 1998 Myriam Jimeno viajó a Brasil para adelantar un doctorado en Antropología en la Universidad de Brasilia y centró su trabajo de grado en los crímenes pasionales (asesinato de la pareja), bajo el presupuesto de que “éstos son una construcción cultural que pretende naturalizarse a través de un conjunto de discursos que le dan sentido a acciones personales e institucionales, cuyo núcleo es la reiteración de la oposición entre emoción y razón”.

Se apoyó en procesos judiciales brasileros y colombianos, entrevistas con familiares y criminales, y conceptos de abogados. El resultado de esta mirada a la violencia desde la óptica cultural fue una opción más para entender elementos constitutivos del comportamiento humano y la complejidad de las relaciones de género, pero ante todo, fue un aporte de invaluable valor para comprender mucho de la esencia colombiana en comparación con la brasilera.

Esa capacidad de analizar al país desde muy dentro y de aproximarse a conclusiones que se materialicen en metodologías de abordaje y políticas públicas hacen de esta antropóloga una de las científicas sociales colombianas más destacadas del país.

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